Seguimos con el repaso de los contenidos del número 4 de Sawar Murcia, «El valor de un museo». En esta entrada nos centraremos en los dos museos más antiguos de nuestra ciudad, el Museo de Bellas Artes y el Museo Arqueológico: en su origen y desarrollo hasta el momento presente. Y en la próxima entrada haremos lo propio con el resto de museos de Murcia.
Los museos más antiguos de Murcia, hoy volcados en la tarea de cumplir el compromiso suscrito con la sociedad murciana, nacieron a mediados del siglo XIX bajo una mentalidad y en un contexto totalmente distintos. A ellos se han sumado nuevas instituciones museísticas, sobre todo en los últimos veinticinco años en los que, además, los primeros han tenido que someterse a una profunda renovación física y espitiritual. El peso creciente del turismo cultural como foco revitalizador de la ciudad y generador de una importante actitividad económica, junto con una mayor preocupación por dar a conocer a los murcianos su propio patrimonio, además de otros factores como la fructífera alianza entre los museos y los colegios, han facilitado el acercamiento de estas instituciones culturales a la sociedad. La fuerte inversión económica de las diferentes administraciones durante las dos últimas décadas fueron la siembra de un presente para Murcia y sus museos, pero como en tantos otros ámbitos, la crisis económica ha frenado en seco su desarrollo y pone en peligro la continuidad de su misión; una misión que, como podremos comprobar, es enorme y variada. Sawar se remontará al nacimiento de los dos museos más antiguos de Murcia para, en una próxima entrada, hacer lo mismo con el resto de museos de la capital.
Tal y como nos cuenta Antonio Martínez-Mena en su libro “Arquitectura civil desaparecida en la ciudad de Murcia” (edición digital, Consejería de Educación, Formación y Empleo de Murcia, 2011), en 1836 se creó la figura legal del ‘Monumento Nacional’, y desde 1837 ya existían las llamadas Comisiones Científicas y Artísticas, pero fue en abril de 1844 cuando el Ministerio de la Gobernación dio un paso importante para la creación de la Comisión Central y las Comisiones Provinciales de Monumentos Históricos y Artísticos, a imitación de la Commission des Monuments francesa de 1789. Mediante una Real Orden del 2 de abril de 1844 dirigida a los Jefes políticos de cada provincia, los actuales Gobernadores Civiles, se pedía que en el sorprendente (por reducido) plazo de un mes, trasladaran al Ministerio un informe sobre los edificios, monumentos y objetos artísticos que merecieran ser conservados de sus respectivas provincias. Para tan descomunal tarea, el Ministerio les recomendaba servirse de la ayuda de los artistas y «personas inteligentes» de su territorio, y de ese modo satisfacer los deseos de la reina Isabel II, preocupada por salvar lo que hubiera quedado en pie después de varios años de destrucción descontrolada del patrimonio nacional. Obviamente, ninguno de los Jefes políticos pudo atender totalmente la petición en un plazo de tiempo tan escaso, pero de la información parcial que enviaron a la reina, quedó en evidencia la necesidad urgente de promulgar disposiciones que afrontaran un reto tan importante como el de identificar, inventariar y proteger el rico patrimonio histórico y artístico de España. Una tarea que, al igual que Roma, no podía hacerse en un día, ni en un mes, ni siquiera en varios años.
En junio de 1844 se ordenó la creación de las Comisiones Provinciales de Monumentos, y tal y como narra el texto “Creación de las Comisiones de Monumentos” de la Biblioteca d’Humanitats de la Universidad Autónoma de Barcelona, la Real Orden dispuso que cada Comisión estuviera compuesta por “cinco personas inteligentes y celosas por la conservación de nuestras antigüedades, tres de las cuales debían ser nombradas por el Jefe político y las otras dos por la Diputación Provincial”. La misión era nada más y nada menos que la siguiente: “Adquirir noticia de todos los edificios, monumentos y antigüedades existentes en su respectiva provincia y que sean dignos de conservarse; reunir los libros, códices, documentos, cuadros, estatuas, medallas y demás objetos preciosos, literarios y artísticos pertenecientes al Estado, que estuvieran diseminados en la provincia, reclamando los que hubiesen sido sustraídos y pudieran descubrirse; rehabilitar los panteones de los Reyes y personajes célebres o de familias ilustres o trasladar sus restos a paraje donde estuvieren con el conveniente decoro; cuidar de los museos y bibliotecas provinciales, aumentar estos establecimientos, ordenarlos y formar catálogos metódicos de los objetos que encerrasen; crear archivos con los manuscritos, códices y documentos que se pudieran recoger, clasificarlos e inventariarlos; y formar catálogos, descripciones y dibujos de los monumentos y antigüedades que no fuesen susceptibles de traslación y también de las preciosidades artísticas que, por hallarse en edificios que conviniera enajenar o que no pudiesen conservarse, merecieran ser transmitidos de tal suerte a la posteridad”.
La Real Orden no preveía dotaciones económicas concretas, tan sólo se atribuía al Jefe político la autorización expresa de los gastos que la Comisión de su provincia solicitara. Quedaba claro que el trabajo tendría que nutrirse básicamente del espíritu altruista de los miembros de las Comisiones Provinciales de Monumentos, de su pasión por la historia y el patrimonio y de su afán conservador. Así comenzó a actuar también la de Murcia, creada en agosto de 1844 y que según se cuenta en la Guía del Museo de Bellas Artes de Murcia, “recabó toda suerte de información concerniente a obras de arte y piezas de interés arqueológico e histórico procedentes de exclaustraciones conventuales, excavaciones y donaciones, o bien vulnerables a la enajenación y destrucción”. Conocidos estos hechos, hay que tener en cuenta por tanto las dificultades operativas y materiales de la Comisión a la hora de recordar algunos de sus fracasos más sonados, como la destrucción del Palacio del Huerto de las Bombas, el Contraste de la Seda, el Palacio Riquelme o los baños árabes de la calle Madre de Dios, entre otros muchos ejemplos en los que tanto el poder privado como el público, alimentados por el deseo especulativo y el nulo respeto por el patrimonio, ganaron sobradamente el pulso a la indefensa Comisión Provincial de Monumentos. Y del mismo modo, sus profundas limitaciones llevan a valorar aún en mayor medida el éxito en la creación de las colecciones que formaron el germen del llamado Museo Provincial.

El imponente Palacio del Contraste de la Seda, situado en la plaza de Santa Catalina, acogió entre 1868 y 1910 las colecciones de la Comisión Provincial de Monumentos, que serían el germen de los actuales museos de Bellas artes y arqueológico. No importaron ni la significación ni la trascendencia de este edificio, ni siquiera su declaración como Monumento Histórico-artístico, para que su propietario, el ayuntamiento de Murcia, lo dejara caer a principios de los años treinta del siglo pasado. Por su vinculación con el Museo de Bellas artes, tanto la fachada Norte como la oeste, junto con sus escudos nobiliarios, fueron trasladados al patio del edificio diseñado por Pedro Cerdán como sede definitiva de las colecciones de pintura y escultura. No es el único ejemplo murciano de lo que llaman ‘arquitectura errante’.
Museo de Bellas Artes y Museo Arqueológico
En 1864, una Real Orden del Ministerio de Fomento autorizó en primer lugar el nacimiento del Museo Provincial de Pintura y Escultura, y unos meses después el de una Sección Arqueológica. De ese modo se configuró el Museo de Murcia con dos secciones que habrían de dividirse físicamente durante el siglo XX, si bien no fueron separadas de manera oficial hasta 2003: mediante procedimiento legal, ese año recibieron sus denominaciones actuales de Museo Arqueológico y Museo de Bellas Artes, y se configuraron ya como entidades museísticas independientes una de otra. Mientras fueron un solo museo, el Museo de Murcia, las dos secciones convivieron durante el siglo XIX en diversos emplazamientos: primero en el Teatro de los Infantes, actual Teatro Romea; después en la planta noble del desaparecido Palacio del Contraste de la Seda; y posteriormente en el edificio proyectado en 1910 por el arquitecto Pedro Cerdán sobre el solar del antiguo Convento de la Trinidad, en el barrio de Santa Eulalia. La separación física tuvo lugar entre 1953 y 1956, cuando el belén de la familia Riquelme, obra de Francisco Salzillo, fue llevado al nuevo museo dedicado al escultor barroco, y la sección de arqueología a la Casa de la Cultura en la Gran Vía Alfonso X el Sabio, un edificio de nueva planta construido como Archivo, Museo y Biblioteca.
Otro hecho sustancial a mencionar cuando nos remontamos al origen de los museos murcianos, fue la Exposición Provincial de Bellas Artes y Retrospectiva de las Artes Suntuarias celebrada en Murcia en septiembre de 1868, que tal y como recuerda la Guía del Museo de Bellas Artes, “debe considerarse la primera gran manifestación museográfica de la historia reciente de Murcia, vinculada al desarrollo del coleccionismo institucional”. En la misma guía se da cuenta de las dificultades que tuvo la política de donaciones y compras del recién creado Museo de Murcia, pero también de los intereses que movieron dichas adquisiciones, “siempre en aras de insertar las improntas regionales o localistas en un ámbito de rango nacional y generalista”, además del “afán y la búsqueda de prestigio”. En esta línea incluye la compra de lienzos de Odazzi, Cavarrozi, Julio Romero de Torres o Sorolla, de quien se adquirió la obra “Estudio para el dos de mayo”. Junto a ello se incorporaron e integraron las obras depositadas por el Museo del Prado desde 1876.

Obras de la Casa de la Cultura (Imagen tomada desde la torre de la Catedral; también se observa el recién abierto paseo de Alfonso X el Sabio. Fuente: Archivo Histórico Municipal de Murcia): Se construyó como sede de la Sección de Arqueología del Museo de Murcia, así como del Archivo Histórico Provincial y la Biblioteca Regional.
Tanto el edificio del Museo Arqueológico como el de Bellas Artes fueron objeto de varias intervenciones a lo largo del siglo XX, para dar cabida a nuevas piezas o mejorar la presentación de las existentes. En el caso de la colección arqueológica, cuyo emplazamiento definitivo fue inaugurado en 1956, la superficie expositiva se amplió en 1966, sólo dos años después de que tanto la colección como el propio edificio fueran declarados Monumento Histórico-Artístico. Ya en la etapa democrática se reformó en diversas ocasiones entre 1987 y finales de los años noventa. La Biblioteca Regional dejó su hueco en la Casa de la Cultura al inaugurarse en 1996 el nuevo edificio de la avenida Juan Carlos I, y el Archivo Histórico Provincial hizo lo propio a finales de 2004 y principios de 2005 con las nuevas instalaciones de la avenida de Los Pinos. Así, la última gran intervención en el Museo Arqueológico se produjo entre 2006 y 2007 con la reforma integral del edificio, tras haber considerado incluso su demolición y reconstrucción. Durante ese tiempo se amplió la superficie expositiva y se modernizó su discurso incluyendo audiovisuales y maquetas, se dotó al edificio de nuevas instalaciones como tienda y cafetería, y se ordenaron las áreas de administración, biblioteca, salón de actos, sala de exposiciones temporales, almacén… También se rehabilitaron las fachadas y el patio, al tiempo que se adecuaba el espacio de las Reales Academias de Medicina y Alfonso X el Sabio, que tienen su sede en el mismo edificio. El coste de las obras fue asumido en su mayor parte por la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia con aportaciones del Ministerio de Cultura.
La reforma y renovación del Museo de Bellas Artes también fue acometida en diversas fases, la más profunda entre 2000 y 2005, y la última en el año 2009: con ella se aumentó la superficie del museo en más de 500 metros cuadrados, lo que permitió ampliar la exposición permanente con dos nuevas salas y mejorar los servicios e instalaciones tanto del edificio principal, el llamado Pabellón Cerdán, como del Pabellón del Contraste, donde se alojan la administración del museo, la biblioteca con el Centro de Estudios de Museología, la sala de exposiciones temporales y el salón de actos, que integra un fragmento de la muralla medieval de Murcia. El coste de las obras, de más de un millón de euros, también contempló la restauración de las portadas del antiguo Contraste de la Seda, que habían sufrido algunos desprendimientos en tiempos recientes. La modernización y mejora de los dos museos, el de Bellas Artes (MUBAM) y el Arqueológico (MAM) incluyó la creación de sendas aulas didácticas, preparadas para asumir y desarrollar en mejores condiciones una de sus más fructíferas tareas en los últimos años: la educación.
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